jueves, 24 de julio de 2008

This city knows the dream of Freedom

Está aquí. Ya ha llegado. Se le esperaba. Televisiones de 25 países están listas para retrasmitir su discurso. 100.000 personas en el Tiergarten de Berlin están deseando que empiece. La gente tiene curiosidad, esperanza. Quieren cambio. Un cambio en el que podemos creer. Quieren creer en él. Este es nuestro momento. Esta es nuestra hora. Lo repite una y otra vez. 
Y lo hace porque sabe que surte efecto. Se gana el corazón de la gente. Los reporteros se preguntan si dirá algo en alemán para ganarse al público, como ya hizo Kennedy. Es un discurso importante. Histórico quizá, el tiempo lo dirá. Este hombre es un fenómeno. Representa el sueño americano. Atención. Aparecen la comitiva yanki. Ha llegado. Está aquí. En la columna de la Victoria. Los asistentes prueban los micrófonos, la luz. Todo está listo. 
Aparece el hombre del momento. No es una Rockstar, no es un Camina hacia el estrado relajado, saluda y comienza el espectáculo. Y es que es un espectáculo escuchar a este hombre. Emociona. Ilusiona. Esperanza. Arranca aplausos, los más eufóricos en dos momentos. Uno cuando habla del cambio climático y otro cuando describe injusticias en varios lugares del mundo. También ha hablado de su historia personal, su padre, la historia de Berlín (esto era un must, no podía faltar), Afganistán, los retos del futuro. Parece que no se ha dejado nada. Hoy no competía contra McCain. Hoy no ha hablado de recortar los impuestos a las rentas más bajas, ni de la seguridad social en EEUU. No era un acto de campaña en casa. Hoy jugaba fuera. Y aún así, ha conmovido a la gente. No lo conocen mucho, pero lo adoran. Tiene carisma. Pero además lo que dice significa algo. Tiene ideas. Tiene ganas. Tiene también muchos obstáculos por delante, en casa y fuera. Le deseo lo mejor.

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